- El Islam prohíbe el consumo del cannabis porque (debido a la psicoactividad del THC) lo considera una sustancia tóxica. Esto crea situaciones muy comprometidas en países donde se cultivaba la planta antes de la expansión musulmana.
- Hay regulaciones tan poco permisivas que incluso tipifican el comercio con la pena de muerte. En Siria, el Estado Islámico pone en aprietos a aquellos que trabajan en los cercanos campos de Líbano. Mientras tanto, Marruecos se ha planteado la regulación para luchar contra el narcotráfico.
Mientras las regulaciones o despenalizaciones comienzan a abrirse paso en distintas partes del mundo, en los países del área islámica los avances son más lentos. Una sociedad muy vinculada a la religión y más recelosa hacia el uso y consumo de ciertas sustancias hace que los ciudadanos de estas naciones vivan el cannabis con muchos interrogantes. Y eso que el Corán nunca menciona el cannabis y parece que tampoco Mahoma tuvo relación con esta planta. Además, la situación se vuelve aún más complicada, ya que muchos países musulmanes tienen cultivos de marihuana que con el tiempo se convierten en hachís para abastecer al resto del mundo.
Las enseñanzas del Islam, claves en el momento actual
La doctrina islámica enseña que el uso de la marihuana está prohibido, ya que está clasificado como una sustancia intoxicante, algo inaceptable para este credo. Esta supuesta ‘toxicidad’ se debe a la psicoactividad del THC.
Así, la relación del cannabis con el mundo islámico siempre ha sido difícil. Hace muchísimo tiempo, los gobiernos tenían políticas más permisivas en lo que al cultivo y manufacturación del cannabis se refería e incluso permitían que se establecieran diferentes tipos de negocios. Es lo que pasó durante mucho tiempo en Afganistán, junto a Marruecos uno de los mayores productores de hachís en la actualidad: durante siglos, las autoridades permitieron la producción; sin embargo, la llegada masiva de turistas en busca de la sustancia y la presión de Estados Unidos obligaron a establecer una ley que prohibía el cultivo de marihuana y de la amapola.
Sin embargo, la ley poco tiene que hacer en algunas regiones del país, donde pesa más la cultura tribal y las normas ancestrales por las que se rigen los clanes. Así, en algunos lugares donde estas normas existen desde antes del Islam, surgen conflictos difíciles de solucionar. Es el caso de la zona limítrofe de Pakistán, al norte del país, donde se produce la mayoría del hachís. Las contradicciones son tales que los talibanes han sido acusados muchas veces de destruir los cultivos de los productores, pero también de aprovecharse de estos para financiarse con el tráfico ilegal.
En otros países, resulta irónico la presencia documentada desde hace siglos del cannabis y la situación actual del país. Es el caso de Turquía: se sabe de su cultivo alrededor del 1000 antes de Cristo, y hay textos de médicos de la zona y griegos que hablan de su uso allá por el 100 antes de Cristo. El uso fue constante hasta que fue declarado ilegal en 1890. Ahora, el país es uno de los mayores defensores actuales de la prohibición mundial y la posesión de la planta de marihuana está penada con hasta cinco años de cárcel. Una pena que también existe en Túnez y en los Emiratos Árabes Unidos.
En Dubái, uno de esos emiratos donde más trasiego de ciudadanos extranjeros se produce, la tenencia de cannabis se castiga con hasta cuatro años de cárcel y la distribución con veinticinco. Además, numerosos organismos internacionales han criticado a las autoridades por las torturas denunciadas en las prisiones. Por si esto fuera poco, en el aeropuerto internacional se pueden hacer controles tanto de sangre como de orina y detener a aquellas personas a las que se les detecten ciertos niveles de cannabis. Algunos casos han sido especialmente llamativos, como el del británico Keith Brown, que estuvo arrestado cuatro años por llevar 0,003 gramos de cannabis en la suela de su zapato.
En Arabia Saudí, la situación no es mejor. El uso y posesión personal de marihuana está penado con seis o más meses de cárcel (en el caso de extranjeros puede llevar a la deportación). Por su parte, el comercio o el contrabando pueden llevar incluso a la pena de muerte.
Irán, un caso aparte
También en lo que hoy es Irán hay un uso documentado y permisivo desde hace siglos. Sin embargo, allá por 1524, cuando la dinastía safawi (musulmana) conquistó lo que era Persia, se prohibió el consumo de alcohol y de marihuana, entre otros productos. Ahora, la hierba tiene cada vez más popularidad en el país y las autoridades hacen la vista gorda frente a otras sustancias consideradas como drogas duras: si el castigo por consumir alcohol es de 99 latigazos, no hay órdenes de cárcel o castigos físicos para quien posea pequeñas cantidades de cannabis. Eso sí, aquellos que trafiquen con marihuana pueden ser condenados a la pena de muerte.
En Egipto, pese a estar prohibido (con un uso medicinal documentado), el consumo forma parte del día a día de la población. Algo parecido sucede en el Líbano, donde está prohibida la posesión pero se cultiva en grandes territorios del país y se puede consumir, siempre y cuando no sea en público.
El peligro de cultivar cannabis
Por si enfrentarse a las autoridades fuera poca preocupación, también hay que sumar el miedo a enfrentarse a grupos radicales presentes en muchas de estas zonas. Es lo que les sucede a los refugiados sirios musulmanes que se han atrevido a cultivar cannabis en una zona de Líbano. El fértil valle de la Becá, en el centro del país, había albergado durante años a trabajadores que, tras unos meses cultivando, regresaban a sus casas en Siria. Sin embargo, la expansión del Estado Islámico está suponiendo un riesgo, ya que sus miembros consideran que el mero hecho de haber tenido relación con la planta (aunque no se haya consumido) es una afrenta al Islam. Así, muchos han optado por no regresar a sus casas para escapar de la muerte. Debemos tener en cuenta, que el trabajo en estos campos les permite mandar algo de dinero a sus familiares en Siria (un país que también castiga con prisión la posesión o cultivo), con la esperanza de reecontrarse con ellos algún día.
Apoyando la despenalización y el uso medicinal
Afortunadamente, las autoridades de algunos países de este área ya se están planteando cuestiones como la despenalización o la regulación de la planta. Es el caso de Marruecos, cuyos parlamentarios ya pusieron sobre la mesa en 2013 la legalización de la producción de la marihuana para usos médicos e industriales, pese a que nadie ha cuestionado que el Estado criminalice el consumo recreativo.
En este país, el mayor productor de cannabis y hachís del mundo según la ONU (por delante de Afganistán y Jamaica) el cultivo de marihuana tiene mucha tradición, pero de nuevo se enfrenta a la religión islámica. De aprobarse su consumo, supondría una oportunidad para docenas de miles de familias que se dedican tradicionalmente a este cultivo, pues tendrían el respaldo necesario para enfrentarse a los narcotraficantes.
Ya en 2014 se presentó una propuesta que consideraba la creación de una agencia estatal encargada de controlar toda la producción de la planta, ya que actualmente el 10% del Producto Interior Bruto (PIB) de Marruecos corresponde a la exportación de la resina de cannabis. Sin embargo, aún no se ha concretado nada, ya que el propio gobierno marroquí es parte del problema y también de la solución, al controlar el grifo de hachís de Marruecos a España, y de ahí al resto de Europa.
La esperanza con el cannabis medicinal
Visto lo visto, parece que la única opción para que la imagen del cannabis mejore en el mundo islámico sería centrarse en sus aspectos terapéuticos. En internet, en las web que los musulmanes utilizan para resolver sus dudas sobre el Islam, se concluye que el cannabis con uso terapéutico estaría permitido, siempre y cuando quedara certificado que sirve de ayuda o que no hay un remedio alternativo ‘legal’ para su credo.
Son numerosos los estudios que demuestran la eficacia de la planta para tratar numerosas dolencias, así que deberían abundar los argumentos a favor de una legalización en esta dirección. La lacra del narcotráfico también debería ser una motivación añadida a la hora de regular unas producciones de las que dependen muchas familias. Sin embargo, el fuerte vínculo entre religión y sociedad hace que aún quede un largo camino por recorrer.